La música cambió a una
melodía de Billy Joel. Alcé la cabeza, contemplé las nubes oscuras
que cubrían el Mar del Norte, pensé en la infinidad de cosas que
había perdido en el curso de mi vida. Pensé en el tiempo perdido,
en las personas que habían muerto, en las que me habían abandonado,
en los sentimientos que jamás volverían.
Seguí pensando en aquel
prado hasta que el avión se detuvo y los pasajeros se desabrocharon
los cinturones y empezaron a sacar sus bolsas y chaquetas de los
portaequipajes. Olí la hierba, sentí el viento en la piel, oí el
canto de los pájaros. Corría el otoño de 1969, y yo estaba a punto
de cumplir veinte años.
Volvió a acercarse la
misma azafata de antes, que se sentó a mi lado y me preguntó si me
encontraba mejor.
– Estoy bien, gracias.
De pronto me he sentido triste. Es sólo eso – dije, y sonreí.
– También a mí me
sucede a veces. Le comprendo muy bien – contestó ella. Irguió la
cabeza, se levantó del asiento y me regaló una sonrisa
resplandeciente–. Le deseo un buen viaje. Auf Wiedersehen!
– Auf Wiedersehen! –
repetí.
"Tokio Blues (Norwegian
Wood)"
Haruki Murakami